sábado, 10 de noviembre de 2012

La mentalidad es el límite


“La esperanza más boba es la del cielo, porque como no sea el atmosférico que a veces llueve y truena, no existe. El que sí existe es el infierno y estamos en él, aquí en Colombia, un infierno cada día más caliente. Y sin embargo esto no siempre fue así; yo recuerdo a Medellín en mi niñez fresquecito. Mataban a uno que otro, claro, eso es normal, muy humano, pero con moderación. Nada que ver con este baño de sangre que nos está salpicando hoy a todos la ropa”. En el año 2003 el escritor antioqueño Fernando Vallejo escribió en su ensayo, Los difíciles caminos de la esperanza, tal vez el más crudo e incisivo que haya escrito hasta hoy, una crítica detallada de la sociedad colombiana, partiendo de la ciudad que él más conoce: su natal Medellín.
Han pasado 9 años desde que este polémico escritor habló de una realidad  bastante deprimente de nuestro país. Realidad que, tristemente, no ha cambiado mucho. ¿Por qué no ha cambiado? Es una pregunta difícil de responder. Seguramente para algunos esta es la mejor ciudad de Colombia, la más moderna, la más tecnológica, la más industrializada y, tal vez, la más educada. Pero ahí está el error: en la mentalidad.
No es mentira que es una ciudad con un progreso industrial y comercial notorio y significativo para el país, pero es también la ciudad más desigual de Colombia y una de las más de Latinoamérica. El progreso económico es digno de resaltarse, pero ¿qué hay de éste sin progreso humano? Las brechas sociales son inmensas, y no únicamente por la calidad de vida tan desequilibrada, sino por la falta de oportunidades de sus habitantes y, también, por la falta de consciencia.
La indiferencia nos mata aquí, en este pueblo en el que pasa de todo, pero nadie dice nada o, peor aún, dicen que todo va muy bien, por muy buen camino. Y aquí retomo la cuestión de la mentalidad y ahora le pongo un apellido: mentalidad mafiosa. Lamento el término tan fuerte, pero necesito algo que todos comprendan. Aborrezco profundamente a Pablo Escobar y a todos los criminales que han destruido esta ciudad, pero aborrezco aún más a quienes, consciente o inconscientemente, siguen permeados por esa cultura de: lo que importa es la plata, lo demás no vale. Y duélale a quien le duela, así es.
Hace poco el Urban Land Institute  postuló a Medellín como una de las ciudades más innovadoras del mundo, y luego de una exhaustiva selección quedó compitiendo junto con Nueva York y Tel Aviv por el primer lugar. Qué insulto. Nueva York es la capital del consumo, el monumento al derroche desmedido, la industria del dinero, la capital de la bolsa más grande y, a su vez, el hogar de miles de indigentes e inmigrantes, la ciudad donde la clase media compite diariamente con afán por conseguir más y más, el símbolo del sueño americano que se reduce a trabajar de mesero, lavando baños o de taxista. Y por otro lado, Tel Aviv, la ciudad israelita en la que hay igual o más cantidad de fronteras invisibles que aquí. Está el barrio judío, el católico, el musulmán y el islámico (El musulmán es quien se ha convertido al Islam, pero no es propiamente árabe. El islámico es el que nace en esa cultura). Por esto en cada uno hay escuelas en las que enseñan su religión, hay mercados con sus alimentos típicos y hay sitios de recreo, pues quien cruce esos límites puede encontrarse con la muerte sin importar el género o la edad. Es una ciudad que está completamente fragmentada por las religiones y por la intolerancia; aquí, en las comunas, se matan por droga y por poder que es casi lo mismo.  En Tel Aviv hay ejército custodiando los sectores de la ciudad pues a unos cuantos kilómetros se encuentra la Franja de Gaza, el desolador e inhumano territorio que los israelitas les entregaron a los palestinos, el escenario mundial del holocausto moderno, la justificación de una guerra desmedida escudada en razones “étnicas y culturales”.
Yo sé que muchos pueden alegar que Tel Aviv y Nueva York son dos ciudades inmensas, cosmopolitas, llenas de historia, de arte y de cultura, y claro está: lo son. Pero son al mismo tiempo dos ciudades que albergan muchas caras y contrastes como lo es Medellín. Y es por estas razones que me parece inaudito que las personas se estén jactando de la postulación de nuestra ciudad como una de las más innovadoras, cuando ni siquiera saben cuáles son sus contrincantes.
Continúa la mentalidad mafiosa: tener más plata, más éxito, acumular más a toda costa. No estoy diciendo que todos los medellinenses somos unos asesinos, pero de cierta manera estamos siendo los verdugos de los crímenes que aquí suceden. Claro, nos importa más que a Medellín le den un premio de innovación que los policías que mueren en los enfrentamientos entre bandas; queremos sobresalir en Colombia por el Metro, pero tenemos una inteligencia vial desastrosa; se nos hincha el pecho al decir que los antioqueños son los mejores empresarios, sin detenernos a pensar que también tenemos los mejores y más experimentados sicarios. Es muy triste y muy lamentable que, así como en Nueva York, aquí el tema más recurrente sea el crecimiento económico de la ciudad, muy importante sin duda alguna; pero ¿qué pasa con el capital humano?

Por eso Medellín es una ciudad tan desigual, tan pacífica a la vista, pero con demasiados retazos en su interior. Es una oda de alegría de niños que juegan felices en la seguridad de sus conjuntos cerrados, pero también es un lamento agudo de los miles de niños que se acuestan todas las noches sin comer o,  peor aún, sin el afecto de una madre o de un padre que les de las buenas noches. Es una apología de la limpieza de los lugares públicos, pero también de las limpiezas “sociales” que hacen algunos agentes cuando todos dormimos. Es la cara de la pujanza y tenacidad de personas que a diario se ganan la vida para tratar de hacerla más digna, de jóvenes emprendedores y de familias ricas que llevan estilos de vida como de magnates de revista; y es, así mismo, la cara oculta del desplazamiento, pues en sus barrios marginados e infrahumanos, se esconden todas las consecuencias del horror de la guerra: familias sin techo, sin comida, sin salud, niños que juegan entre balaceras.
Esta no es una ciudad de exportación, no aún. Es una ciudad que está creciendo, pero que debe medirse, pues no hay éxito verdadero sin un tejido y una cohesión social tangibles. No me malinterpreten, adoro a mi ciudad, la adoro tanto que hace poco, mientras miraba por la ventana de mi casa y la observaba ahí tan tranquila le dediqué un poema corto:
¡Medellín, cómo eres de hermosa! ¿Quién creyera lo mucho que sangras?

Amalia Uribe Jaramillo.
Noviembre de 2012.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Lecciones de un animalista

“Se puede juzgar el corazón de un hombre por la forma como trata a los animales”.
Immanuel Kant

Sentado en un sofá del salón Estanislao Zuleta del Jardín Botánico durante la Fiesta del Libro, Gustavo Castro recuerda con nostalgia a su gato Chigüiro: un gato que su hija rescató de una calle muy transitada de Bogotá, que tenía la patica quebrada y que de ahí en adelante se convertiría en el amor de su vida. “Los humanos debemos aprender de los animales el perdón y el olvido, porque ellos perdonan y olvidan”. Las palabras del escritor revelan ese corazón fuerte, pero a la vez tan frágil ante el sufrimiento de un animal.
A su lado se encuentra Aníbal Vallejo, hermano del polémico escritor Fernando Vallejo, quien hace muchos años prefirió el amor de los animales por encima de la animadversión que muchas personas sienten por él. Sin embargo, los hermanos Vallejo comparten una característica: ambos son animalistas, y tras ellos se nombra una lista de personajes famosos cuyo amor por los animales siempre los destacó: Abraham Lincoln, Albert Einstein, Dalai Lama, Rabindranath Tagore, Mahatma Gandhi,  Paul McCartney, entre otros.
Tras una breve reseña histórica de cómo Medellín empezó a poblarse de animales, cuyo comienzo fue con la inmersión de peces en el río Medellín hasta la construcción del Zoológico Santafé, relatada por el mismo Aníbal, una niña del público llamada Helen sube a donde los ponentes y cuenta la historia de su perro Chepe. La inocencia de la niña evoca risas y lágrimas entre las personas.
Es un sentimiento compartido entre Gustavo y Aníbal el de que los animales son más humanos que algunos humanos; la anécdota de la perrita Laika, enviada al espacio en un satélite ruso, ilustra la imagen dolorosa de lo que él considera uno de los peores crímenes de la historia contra un animal: “Todo el mundo cree que ella fue una heroína y que simplemente su corazón dejó de latir, pero nadie sabe el dolor y la angustia que ella pudo sentir durante las 7 horas en las que viajó por el espacio sin ni siquiera una mirada que la calmara”.
La frase célebre del gran filósofo y pensador ruso Immanuel Kant resume lo que se percibe en el corazón del escritor Gustavo Castro Caycedo cuando habla de su nuevo libro: Historias humanas de perros y gatos. “Ojalá los humanos tuviéramos la lealtad de los animales”, es la frase que resume el trabajo arduo y la investigación que realizó durante tres años para darles vida a las historias que se encuentran en esta obra llena de bondad y humildad hacia los animales domésticos.

domingo, 2 de septiembre de 2012

La paz no es un negocio

Desde el Palacio de Nariño en Bogotá el Presidente Juan Manuel Santos confirmó hace unos días que el Gobierno está teniendo conversaciones exploratorias con el grupo guerrillero las FARC, con el fin de abrir nuevamente un camino hacia la negociación de la paz. La fecha fijada para las mesas es el 5 de octubre y se llevarán a cabo en Oslo y en La Habana, con el acompañamiento de los gobiernos de Chile y Venezuela como intermediarios.
Esta iniciativa ha generado cientos de críticas y ofensivas hacia el Presidente, pues en sus dos años de gobierno no ha sido contundente con las políticas que lo llevaron a ser elegido. Tildado de traidor y de payaso, Juan Manuel Santos le ha dado un giro a la llamada seguridad democrática que instauró el ex presidente Álvaro Uribe Vélez quien, además, fue su defensor número uno por la credibilidad y la confianza que Santos ganó como Ministro de Defensa y mano derecha de Uribe.
Las razones con las cuales Santos justifica esta propuesta suenan flojas, románticas y utópicas:
1. Aprender de los errores del pasado.
2. Cualquier proceso debe llevar al fin del conflicto.
3. Se mantendrán las operaciones militares en todo el país.
La primera no es clara. Los errores ya se han visto en los diferentes, pero igualmente fallidos, procesos de paz que llevaron a cabo los presidentes Belisario Betancur, Andrés Pastrana y César Gaviria. Si Santos busca un aprendizaje, creo que está perdiendo el tiempo, pues la historia política y social de este país ya nos ha demostrado no sólo una sino tres veces que dialogar con la guerrilla no ha servido de nada; excepto para incrementar su legitimidad y su poder, aunque estén fuertemente debilitadas.
En cuanto a la segunda razón, pienso que hay un sentido maquiavélico y deshonesto por parte del Gobierno hacia los colombianos y aún más hacia las víctimas. Cualquier proceso debe llevar al fin del conflicto hace referencia a el fin justifica los medios. Si las FARC tienen intención de negociar no es precisamente por buscar la paz, sino un indulto para sus crímenes y unas garantías iguales o más generosas que las que se les dieron a los jefes de las AUC con la Ley de Justicia y Paz que, también ya se demostró que no sólo es inviable sino obsoleta.
Y la tercera es contradictoria a los diálogos de paz. Si se mantienen las operaciones militares significa que, igualmente, la guerrilla deberá estar alerta, pues no van a bajar la guardia mientras el Ejército sigue operando. Y eso significa que, mientras los delegados del Gobierno y de las FARC están sentados en algún lugar paradisiaco de Noruega y de Cuba, como si el terrorismo se negociara como un TLC, aquí en las selvas y en los pueblos la violencia y la guerra van a seguir en rigor, mientras allá, lejos de nuestra realidad, se discuten los derechos humanos, la reinserción y el desarrollo rural como si la guerra fuera una plaza de mercado.

martes, 28 de agosto de 2012

¡No es un país para turistas!

El domingo 26 de agosto fue asesinado un joven lituano en la ciudad de Medellín. Ocurrió en el barrio Prado Centro en el cual el hombre residía hacía un año. Nadie sabe bien qué fue lo que sucedió: en la página web de la F.M se precisa que era un joven de 25 años llamado Igor Lopas y que fue apuñalado en horas de la madrugada, mientras prestaba servicio de vigilancia de un lugar. Por otro lado, el periódico El Colombiano contó que a Edgaras Lopas le dispararon en el cuello y tórax cuando caminaba por una vía pública.
Las circunstancias son bastante confusas, al parecer, Edgaras o Igor, era querido y respetado por sus vecinos, pero un testigo desconocido, aclaró que “El ruso”, como le decían, había tenido una pelea con un criminal del sector unos días atrás. Las autoridades aún están investigando la relación de este hecho con el asesinato.
Las cifras de homicidios de extranjeros en la ciudad son alarmantes: en los últimos cinco años han matado a 26, de los cuales sólo 3 tienen sospechosos en proceso penal, es decir, 23 están en la impunidad.
Es angustiante que en un país que promueve su marca país con el lema: “El riesgo es que te quieras quedar”, sucedan eventos tan graves como estos, y peor aún, que sean tan desconocidos para la gente y que queden en la impunidad. Colombia no es un país seguro para sus habitantes y mucho menos para los foráneos. Es una realidad que a muchos les molesta e incluso ofende, pero es una realidad que no podemos dejar de lado. Tal vez tanta impunidad y desinformación se deba a que los medios no quieren afectar más la imagen de nuestro país, y las personas que han vivido de cerca estos casos, pues, como siempre, optan por el silencio que les asegura la vida.


miércoles, 15 de agosto de 2012

¡Cómo se nota que Fajardo no es mujer!


No sé ni por dónde empezar. Por estos días he tenido una cantidad de cosas que me molestan, pero nada había hecho indignarme tanto como la propuesta del Gobernador de Antioquia, Sergio Fajardo, de prohibir en las instituciones educativas los reinados infantiles. Hace unos años, cuando el Gobernador era Alcalde de Medellín, hizo lo mismo con el reinado de belleza de Colombia: quitó el apoyo de la ciudad a este evento y ya no había candidata patrocinada por la Alcaldía. En ese momento yo tenía 16 años e, indignada como me siento hoy nuevamente, le envié una carta abierta al entonces Alcalde expresándole mi inconformidad de su idea. Mi propuesta era ¿por qué en el siglo XXI, en aras del progreso y la inclusión sigue existiendo tanta exclusión? El mensaje lo capté por una valla que estaba ubicada en la vía Las Palmas que decía lo siguiente: “En Medellín a las mujeres las medimos por su talento”. Mi reacción fue inmediata: ¿Cómo así entonces está diciendo que las feas son inteligentes y las bonitas son brutas?, yo misma me respondí y creo que sí, eso fue lo que quiso decir el Alcalde con esa valla. La propuesta de él, antes y ahora es la misma: la equidad de la mujer, la protección de las niñas hacia un trastorno alimenticio, la educación íntegra y sin discriminaciones; sin embargo es una propuesta llena de prejuicios y orientada hacia el tabú. Para mí  no tiene absolutamente nada de malo si una mujer quiere prepararse para un concurso de belleza, concurso que también se ha encargado de exaltar a la mujer colombiana como una figura prestigiosa e importante en el mundo y que, finalmente, viene siendo una elección, así como la que elige ser deportista, escritora o cantante; y tampoco tiene algo negativo que las niñas en los colegios, por simple diversión, hagan este tipo de concursos que, contrario a lo que piensa Fajardo, lo que hace es una conexión con su género y su feminidad. Shakira es un símbolo sexual en el mundo y sin embargo es a su vez ganadora de cientos de premios por su aporte a la música, la cultura y las artes. ¿No es eso belleza? ¿Acaso no es ella una mujer integral?
Y ni siquiera tenemos que irnos tan lejos: ¿Qué tal una mujer como Mariana Pajón? Es linda, sencilla, hermosa, femenina y además es campeona olímpica de BMX, un deporte que es en mayoría practicado por hombres. Según lo que propone Sergio Fajardo entonces ella debería ser un niño más por haber convivido y entrenado con hombres toda su vida. Porque el pensamiento de él es así: lineal, como  las matemáticas.
Creo que el Gobernador está enviando un mensaje ambigüo que, para mí, raya con la doble moral de toda su campaña: ¿Cómo pretende que Antioquia sea la más educada con políticas de exclusión, prejuicios y prohibiciones? Si hay algo que he aprendido en la academia que, por cierto me ha enseñado poco, es que la diversidad hace parte de la vida, y que las rejas lo único que generan es ganas de traspasarlas. ¿Si su propuesta es educar por qué recurre a algo tan feo y facilista como lo es prohibir? Y ¿por qué cree que un simple desfile en el colegio va a incurrir tan fuertemente en la parte ética y profesional de una niña en crecimiento? ¿Por qué, apoyado en sus seguidoras feministas, no piensa más bien que lo que está haciendo es incentivando el machismo? No se me haría raro que dentro de poco nos obligue a las mujeres a usar la burka, a taparnos el pelo o simplemente a salir a la calle porque de pronto alguna de nosotras causa un accidente de tránsito. Su argumento del porqué de esta prohibición parece sacado de la Constitución de 1886. Y además es tan irónico que habla del desarrollo integral como fin de la educación. La verdad no sé cómo pretende integración con este tipo de políticas: a las edades de estas niñas, a quiénes está intentando proteger de un mundo que afuera es peor de exigente y de superficial, todas se sienten bonitas, porque tienen a una mamá que les recuerda lo hermosas que son todo el tiempo y si esto no pasa, pues el gobernador debería preocuparse más por las madres que abandonan a sus hijas o por los padres y familiares que abusan de ellas.
¡Cómo se nota que Fajardo no es mujer! Porque cuando una mujer se siente linda, se siente la más linda del mundo, sin importar dónde o cómo sea medida.

jueves, 9 de agosto de 2012

Si Petro se la fumó verde, que se la fumen todos entonces



El congreso está de pelo parado por la propuesta del Alcalde de Bogotá, Gustavo Petro.  Y no es de extrañarse. La  mayoría de veces que alguien se atreve a pensar en lo imposible siempre es tildado de loco, más aún al Alcalde Petro, quien tiene poca favorabilidad entre los ciudadanos a quienes representa.
Luego de que saliera la iniciativa que, personalmente me parece genial, el procurador Alejandro Ordóñez fue el más alarmado. Dijo que Petro se la había fumado verde y que la intención de estos centros de consumo era incentivarlo. Es una respuesta común como todas las del procurador, quien parece más un payaso de feria que lo que es.  Las palabras salidas de tono y los juicios sin fundamentos son una prueba más del pensamiento ortodoxo  y medieval que aún nos rige.
Es cierto que Colombia no es un país cuya cultura esté completamente preparada para aceptar una inclusión  en el tema de las drogas, pero la propuesta de Gustavo Petro puede comenzar a abrir ese camino, cultural, social y más importante jurídico.
La droga es un gran negocio, pero a la vez es un arma de doble filo. Porque ese mismo negocio está desangrando a nuestro país, mientras en otros lugares del mundo la consumen. El verdadero conflicto está en nuestra sociedad, quien, injustamente sufre las consecuencias del narcotráfico, cuyo único punto final es la legalización.
Si tomamos países como ejemplo nos damos cuenta del inmenso error en el que caen las personas con prejuicios. Es un mito creer que en la actualidad la legalización traería más consumo. Holanda tiene la droga legal, en puntos autorizados, hace muchos años y es el país con menos consumo del mundo. Además, la producción de café en nuestro país es tan alta como la producción de cocaína y el consumo de estos dos no es equivalente.
La gran tarea que tiene Petro no es convencerme a mí o a muchos ciudadanos quienes, como yo, piensan que es una buena iniciativa, sino a todos los congresistas, senadores y al Presidente que ya se le están yendo encima. Sólo se me ocurren dos razones por las cuales esto sucede: tienen miedo de que se les acabe el negocito o tienen miedo de caer en la tentación de entrar allá, porque cuando algo deja de ser tabú ya no importa hacerlo a escondidas.
En fin, me parece lamentable esta doble moral y le respondo al procurador: si la droga incentiva al consumo, entonces ¿por qué  los realities de televisión son legales si incitan a la violencia?

martes, 31 de julio de 2012

Protagonistas de nuestra Colombia

No entiendo por qué la gente ve realities. Colombia en sí ya es un realitie, con suficientes dramas, dilemas y tragedias como para aumentar esa realidad en un programa que no es más que un negocio para el canal privado que lo emite y un homicidio de neuronas para quienes lo ven.

Me parece triste ver cómo una sociedad que está agobiada y desangrada por miles de realidades se enfoca y se reduce a opinar únicamente de unos programas de televisión que son arreglados y que no ofrecen nada nuevo.
Algunos dicen que es libertad de expresión elegir qué ver y de qué hablar, y estamos de acuerdo. Pero ése es para mí el gran argumento de los mediocres, cuando saben que algo es flojo, pero que tiene validez.
Yo por mi parte soy bastante radical. Creo que los canales privados del país que producen ese tipo de contenido, de cierta manera también violentan las libertades de los televidentes, pues prácticamente, con su deplorable programación, en un territorio en el que muchas personas no tienen acceso a la televisión por cable, sus habitantes están obligados a ver lo que les toque, sin pensar en qué les están mostrando y en si verdaderamente están aportando algo para una mejor sociedad.
Y peor aún, quienes pueden elegir ver otro canal con contenidos más ilustrativos e interesantes eligen, por morbo y desocupe, ver un programa como Protagonistas de Nuestra Tele: amigos, el morbo también sube el rating.
A veces creo que ese no es un realitie pensado simplemente para generar un show mediático, sino que ese canal se está burlando de nosotros, y peor, lo permitimos.  Protagonistas de nuestra tele es un programa en el cual solo se ven peleas, gritos, racismo, violencia y envidias. Características propias de nuestra especie y, especialmente, de nuestra cultura. Porque ésa es una imagen más de la  vida real colombiana; y quienes lo ven se ríen ridículamente sin darse cuenta de que se están riendo de ellos mismos. Porque eso es una muestra de lo que somos y como no podemos cambiarlo, entonces  riámonos, disfracémonos de ellos en octubre, hagamos grupos de debate de las anécdotas que suceden en la casa estudio y saturemos las redes sociales de insultos y burlas a esos actores y a la vez verdugos de esos supuestos programas reales.
Pero el problema no es únicamente que esos shows sean transmitidos; el problema grave es que no tenemos criterio ni mucho menos interés para opinar de algo más.  Porque ante tanta indiferencia social nos volvimos fue morbosos e incluso jueces basándonos en la libertad de expresión dejando atrás el respeto. Yo quiero recordar que esa libertad de la que tanto hablan, sin argumentos sólidos para fundamentar el hecho de mirar al televisor como hipnotizados e idiotizados es una libertad que está atropellando y ofendiendo a quienes son parte de ese circo: porque al parecer esa libertad no aplica para los concursantes de esos programas, quienes son sometidos a las críticas y burlas de todos quienes los observan. Y mientras eso pase, mientras eso genere más rentabilidad que comprar un buen libro o verse una película, los canales de televisión no van a dejar de producir ese tipo de programas, y la consecuencia no será culpa de esa élite televisiva, sino de todos los que permitimos que nuestra sociedad se siga culturizando y educando por medio de eso a lo que llamamos ocio.

miércoles, 18 de julio de 2012

Un error para la historia

Un error común de nuestro tiempo y de nuestra cultura es pensar en los indígenas como seres aislados. Hablamos de los derechos de los indígenas como si por su etnia sus derechos fueran diferentes a los de cualquier ser humano.
Desde hace más de 500 años, nuestros ancestros han sido violentados una y otra vez en su idioma, religión y costumbres. Ellos, quienes algún día habitaron esta tierra en la libertad de sus taparrabos y en su adoración a la naturaleza son hoy los que más sufren el conflicto armado colombiano que, nuevamente, los desangra.
Claramente todos los que habitamos esta tierra hemos vivido y sufrido la horrible guerra que pareciera que nunca va a acabar, pero la mayoría de quienes leen este artículo hoy, al igual que yo, hemos visto esos horrores desde la comodidad de nuestros hogares; hogares en los que nacimos y que hasta ahora nadie ha venido a arrebatárnoslos.
Los indígenas de Toribío, Cauca no son más que una muestra de la guerra de este país. Son la ilustración de la falta de Gobierno, de la poca presencia de Estado y, así mismo, de su ilegitimidad. En su protesta hablan de La Tierra, porque para ellos, la tierra sí es sagrada y es un tesoro por el cual han tenido que luchar incansablemente desde la llegada de los españoles. Ellos son el reflejo de una cultura que intenta no extinguirse en un mundo que les es ajeno, porque siempre se han declarado imparciales ante tanta violencia o, tal vez, porque se cansaron de vivirla.
Por su parte los soldados tampoco deben ser vistos como intocables, pues así como hay quienes con devoción entran a esta institución para salvar y proteger a la Patria, hay quienes también en nombre de ella han cometido crímenes horrendos, como en la peor de las Cruzadas, o como lo dijo alguna vez un importante militar: “En nombre de la democracia”.
Colombia es un estado fallido y absurdamente injusto, inhumano e inconsecuente. Pero el Estado no es el Gobierno, sino todos los que hacemos parte de este territorio y nos identificamos con él.  El escándalo que han generado los actos de los indígenas, que no son más que un ejercicio de soberanía, han desatado críticas y repudio hacia ellos, como si hace rato las personas no miráramos a los indígenas con miseria, como si alguna vez los hubiéramos respetado.
Creo que un país en el cual el Ejército sea sacado por sus habitantes no es una muestra de rebeldía, sino una respuesta a los interrogantes sanguinarios que deja la guerra. Los indígenas de Toribío nos están dando una lección al resto de sus compatriotas:  que esta tierra fue primero de ellos y no van a dejársela quitar ni violentar nuevamente, que responder a la guerra con más guerra no va a ser la solución y que su rechazo a las Fuerzas Militares es una expresión simple y clara de que ellas también cometen crímenes.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Los gemelos

Manuel estaba sentado en el patio de su casa; su madre preparaba el almuerzo y su padre hacía el crucigrama del domingo. Se sentía aburrido, había pasado mucho tiempo desde que su perro, un gran danés de un año de edad, se había perdido, o como decía la mamá de Manuel, se fue de la casa porque se creía “de otro mundo”. Manuel pensaba en su perro, en los días como esos en los que, simplemente, con recostársele en el lomo, se sentía feliz. Su padre, para compensarlo, le había regalado una colección de carritos,  con los cuales Manuel jugó por unos días y luego ya no los recordó más.
“Quisiera encontrarme un tesoro” pensó, “ser un gran pirata, pero no de los malos que roban en los pueblos, sino de los buenos, los que ayudan a los demás”. En medio de esa mañana dominical, con el calor del verano, el olor proveniente de la cocina y los sonidos extraños de su padre al no conocer una palabra del crucigrama, Manuel comenzó a inventarse su propia aventura en lo ancho de su patio que, ese día más que nunca estaba hecho un desorden, pues las cajas con las pertenencias del abuelo habían llegado hacía algunos días y mamá le había pedido el favor de que le ayudara a organizarlas porque ella estaba muy ocupada. Manuel sabía que su abuelo era un gran coleccionista de todo tipo de elementos, artefactos y objetos extraños; en una ocasión el abuelo le había traído de un viaje a la India una flauta del siglo XIV, Manuel estaba muy pequeño para entender el valor de ese instrumento, pero sus padres siempre la conservaron impecable y relucía ahora en la sala de la casa. El niño comenzó a buscar caja por caja algún objeto que le llamara la atención y que lo sacara de esa profunda aburrición en la que se encontraba.
Primero encontró una capa verde parecida a la del Mago de Oz, luego unos binóculos de teatro del siglo XIX, después unas botas de imitación de piel de culebra que, aunque le quedaban grandes, Manuel se puso inmediatamente, ahora sí parecía un pirata, capa verde, binóculos en mano para divisar el panorama y los tesoros; y las botas para volar. Con unas cajas ya vacías Manuel armó un pequeño bote, pero que para él era el más grande barco jamás construido, se sentó en su patineta y empezó a arrastrar las cajas por todo ese océano de cemento. Lo que Manuel no sabía era que las tres verdades de la vida que, alguna vez su padre le enseñó, fueran a tener tanta validez “Hijo, no es importante tener, sino querer, tienes que amar de verdad, soñar e imaginar y todos tus sueños se harán realidad” Al recordar estas palabras Manuel comenzó a andar más fuerte: se salió del patio, llegó al de los vecinos, pasó por un parque cercano a su casa, luego tomó la vía principal que, ese día estaba completamente sola, contrario a lo que todos pensarían, Manuel de verdad ya no podía parar, no era dueño de su cuerpo, no era dueño de sus movimientos y tampoco sabía manejar ese majestuoso barco, porque ya no eran unas simples cajas de cartón acomodadas entre sí, sino un verdadero barco: con motor, turbinas, timón y ancla. “Estoy soñando” pensó Manuel, “esto no es cierto”.
El niño estaba confundido, se sentía feliz, pero a su vez, triste, no quería dejar a sus padres, no quería dejar su hogar, y él no sabía cómo volver, pues se encontraba surcando las nubes y la nave se manejaba sola. Lentamente empezó a oscurecer, las estrellas jamás las había visto tan de cerca y tan brillantes, su padre le había enseñado una vez cuál era el planeta Venus y Manuel inmediatamente lo distinguió. Se fue quedando dormido, estaba sorprendido con todo lo que había pasado ese día, estaba agotado y había perdido la noción del tiempo, en un libro había leído alguna vez que el tiempo en el espacio no era el mismo que en la tierra, recordó la teoría de Einstein de los gemelos, el que se va y el que se queda “¿Será que soy uno de ellos? ¿El que viaja a la velocidad de la luz y cree que ha pasado un segundo, pero cuando vuelve a la Tierra su hermano es más viejo que él?” se preguntó, pero era tanto lo que rondaba su cabeza que no pudo contestarse esa pregunta, “desearía que mis padres estuvieran aquí” pensó nuevamente. A los tres les encantaba la Astronomía y a su madre, especialmente, las constelaciones porque tenían mucho que ver con los signos del zodiaco y eso la apasionaba. El cielo empezó a enrojecerse, un rojo muy fuerte, después rojo, anaranjado, amarillo, rosado, color piel y nuevamente blanco. Esta gama de colores hizo que Manuel despertara, era algo que tenía que presenciar, de inmediato supo que se encontraba en alguno de los polos, buscó en sus bolsillos una brújula que mantenía siempre, su padre le había enseñado a ubicarse “Y yo que pensaba que las cosas que me enseñaba mi papá nunca me servirían de nada” dijo al mirarla, el artefacto le señaló el Norte y con un movimiento de manos buscando el Sol, confirmó que estaba en el Polo Norte y que lo que veía era una imponente aurora boreal, Manuel estaba seguro de que eso era lo más hermoso que había visto, se sintió triste nuevamente, si no volvía a casa no compartiría jamás ese recuerdo con sus padres y ese pensamiento le hizo encharcar los ojos. No comprendía la naturaleza del ser humano, su naturaleza propia,  esa  de pasar de un momento de inmensa felicidad a uno de tanta tristeza; supo ahora el significado de las tres verdades de su padre “querer, amar, soñar” susurró, “querer, amar, soñar” lo hizo nuevamente, esta vez más duro, lo repitió otras tres veces casi hasta quedarse sin voz “QUERER, AMAR, SOÑAR”….”. Manuel, Manuel, hijo, escúchame” el niño abrió los ojos y vio la cara de su madre un poco angustiada a quien inmediatamente abrazó como si no lo hubiera hecho nunca “Mamá no me vas a creer todo lo que he visto” le dijo, “Ay Manuel, cuántas veces te he dicho que no te quedes en el patio sin decirme, llevamos toda la tarde buscándote y en medio de estas cajas se hizo más difícil verte” “pero si yo no estaba aquí” dijo mirando a su padre, quien al contrario de su mamá se encontraba tranquilo; Manuel sabía que su padre le creía. “Es hora de comer Manuel, recoge tus juguetes y ve a lavarte las manos, la comida está deliciosa” la madre salió del patio con la capa del abuelo y las botas que, estaban más sucias que nunca; tal vez ella pensaba que Manuel había estado ensuciándose en el jardín. Manuel estaba aturdido, pero feliz de estar en casa y de todo lo que tenía para contar en la mesa cuando se sentaran a comer, miró a su padre y cuando abrió la boca para hablar, éste le dijo “Lo sé hijo, la aurora boreal es majestuosa, ahora haz lo que dijo tu madre, luego me contarás todo” Manuel boquiabierto pensó “Al menos alguien me cree”. Se levantó, fue al lavamanos y cuando se miró en el espejo vio que la teoría de los gemelos no era tan acertada, él había pasado una maravillosa temporada viajando por el espacio y al volver a casa su cara no había envejecido ni un milímetro, se alegró de seguir siendo el mismo Manuel. Se dirigió al comedor para cenar con sus padres, a quienes tanto había extrañado, aunque no sabía en dónde ni por cuánto tiempo.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Una mirada a lo que se denomina Historia.

La palabra historia viene del griego historía y de ella pasó al latín como historia.
Tiene dos significados: Las cosas hechas por el ser humano, por una parte, y la reflexión e investigación que de ellas hace el mismo hombre, por otra.
Y de la expresión escrita de la historia aparece un género literario en prosa.

Se habla de historia desde que se han hallado constancias escritas o plasmadas en ladrillos o en hojas secas, como en Babilonia y Egipto, culturas de 8.000 años de antigüedad con respecto a esos testimonios, pues tenían más tiempo pero sin ningún sistema de escritura. Todo lo anterior que se ha encontrado y se sabe se denomina prehistoria.

Todas las obras humanas sirven como fuentes de la historia. Y también la tradición oral que en algún momento fue escrita. Tal es el caso de las obras de Homero, hombre que no hizo más que escribir lo que venía de décadas de contarse de unos a otros.
Una pintura, una máquina, un camino redescubierto, una porcelana, todo ese conjunto de obras aportan datos para la historia. Pero es claro que nada más preciso que un texto escrito. Es famosa la piedra de Roseta encontrada en Egipto en 1799 por un capitán francés del ejército de Napoleón que peleaba con los ingleses. Éstos la confiscaron y la exhibieron en Londres en 1802. Thomas Young y Jean Champollion, estudiosos de la escritura egipcia, la descifraron. Está escrita en jeroglíficos del antiguo Egipto, en escritura demótica y en griego. Es una joya de la escritura y la transcripción.

La finalidad de la historia es la reconstrucción de los hechos humanos tratando de obtener una comprensión y un conocimiento verás de los mismos. O lo más cercano a ello, con todas las dificultades de interpretación que se presentan, como bien se sabe al tratar de entender un hecho que acaba de suceder, que las versiones difieren o cada testigo valoró más un aspecto que otro, en fin.

El griego Heródoto o Herodoto es considerado el padre de la historia. Nació en Halicarnaso, actual ciudad de Bodrum, en Turquía. Era también geógrafo y etnógrafo. Sus reflexiones lo llevaron a afirmar cosas como que contaba lo que le contaban pero que sabía que no podía creer todo sin análisis propio. Con ese tipo de reflexiones sentó las primeras bases para el estudio de la historia. Entre lo principal de sus obras está la narración de las llamadas guerras Médicas, entre el imperio Persa y algunas ciudades-estado griegas. El nombre se debe a que los griegos tenían el sinónimo medo para persa.  

La historia va ligada a la historiografía, es decir el arte o modo de escribir o narrar la historia.

A partir del siglo XVII se dio un rompimiento clave cuando los intelectuales comenzaron a dejar de lado las bases providenciales y se percataron que la historia tenía causas y efectos directos de la acción humana. Fue clara la influencia del progreso de las ciencias de la naturaleza.

Hoy se tiende a estudiar la historia integralmente, aunque sigue prevaleciendo la historia política, social y económica de los pueblos.

La utilización del método científico, es decir la cuidadosa observación de los hechos y la seria recopilación de la información y de los datos ha aportado mucho a la historia. Sin embargo, al ser un asunto humano no se puede medir y contar con la exactitud de las ciencias como la Física, las Matemáticas, la Química o la Astronomía. La historia, como las demás ciencias del espíritu humano, ha de ir en el camino del entendimiento, el diálogo permanente entre el pasado y el presente y entre el historiador y los hechos que estudia.

La historia no es muerta, es dinámica. Nuevas informaciones, nuevas interpretaciones hacen que hechos pasados se miren con otros ojos. Sólo el frío dato es inamovible, no las interpretaciones y puntos de vista. Eso en cuanto a la historia de sociedades como la Grecia antigua. En cuanto a países vivos como los de hoy, la historia está en movimiento. La de Colombia, por ejemplo, se escribe a diario. Y muchos sucesos de hoy tienen sus raíces en pasado cercano o más lejano. Por supuesto, también admite alguna revisión o la llegada de nuevas informaciones de tiempo lejano.
En realidad, la historia del hombre aumenta cada día de manera asombrosa en la medida en que cada instante el presente convierte futuro en pasado como una máquina de tragar el tiempo.

El ser humano se vuelve hacia el pasado, que arranca en el último instante presente, por el deseo de conocer, además de lo útil que debería ser para tomar medidas en el futuro basados en errores, aciertos y, en general, en toda la experiencia acumulada.

Historiadores

Herodoto: considerado el primer historiador.
San Agustín: intentó acomodar el pensamiento de Platón a la religión cristiana.
Leopoldo von Ranke: fundó una escuela que aspira a la mayor objetividad.
Agustín Thierry: una de las principales figuras de la historiografía romántica.
Los enciclopedistas franceses, encabezados por Denis Diderot y Jean d’Alembert, en el siglo XVIII trataron de agrupar el conocimiento humano de todos los tiempos; prepararon el ambiente para la revolución francesa.
Internet: Puso a mano la consulta de todas las bibliotecas del mundo. Se debe tener criterio para escoger la información pues está toda desde la más perfecta a la más equivocada.
Lista aleatoria: Will Durant, Kenneth Clark, Mark Kurlansky, Stanley Payne, Ernst Samhaber, Alfonso de Lamartine, Emil Ludwig, Luis Alberto Romero, Jean Meyer, Nic Dunlop, Neville Williams, Alexander Solzchenitzin, Michael Meyer, Jesús Hernández, Emile Bhchier.

Selectos colombianos:
Indalecio Liévano Aguirre, Diana Uribe, Pilar Moreno de Ángel, Eduardo Lemaitre, Carlos Lleras Restrepo, Marco Palacio, Mauricio Vargas, Jaime Jaramillo Uribe, Álvaro Tirado Mejía, Roberto Luis Jaramillo, Luis Javier Villegas, Jorge Orlando Melo, Gustavo Arias de Greiff, Enrique Gaviria Liévano, María Mercedes Botero, Jorge Serpa Erazo, Juan Manuel Uribe Londoño.


martes, 6 de marzo de 2012

La velocidad de la muerte

La última vez que vi a Simón era él. Todo él. Su risa siempre me cautivaba. Era alegre, tierno, amable, buen amigo y buen hijo. Él, a sus 23 años, no merecía morir.  Nos despedimos la noche del 29 de noviembre como si fuera cualquier otra, ninguno de los dos sabía que, ésa, sería la última vez que nos veríamos. Su muerte me causó un dolor infinito, su recuerdo perdurará por siempre. 
Se me eriza la piel y se me encoje el corazón cuando recuerdo ese funesto día. La llamada a la 1:30 de la tarde que se perdió porque no alcancé a contestar el celular. A la 1:35 devolví la llamada y escuché una voz ahogada por el llanto y agobiada por el dolor. No era un llanto normal. No era algo trivial. Era la tristeza por la muerte de un amigo que nos cogió a todos por sorpresa, porque a nuestra corta edad nunca habíamos vivido algo así. Mi mente se paralizó cuando, en una fracción de segundo que parecía eterna, mi amiga me dijo: “Ama… Simón se murió”. La respiración aumentó, la frecuencia cardiaca, aunque no me la tomé, sé que era más alta de lo normal, las lágrimas rodaron inmediatamente y los gritos se ahogaron. No había palabras para tanto dolor. Cuando finalmente pude reaccionar, grité por toda la casa buscando desesperada a mi hermana, a quien sabría que sentiría lo mismo que yo porque las dos queríamos a Simón. Ella cayó al piso, yo caí con ella también. No hablábamos, sólo llorábamos.
No pude comer, no pude dormir. Recordaba cada segundo la cara de Simón, recordaba cada momento vivido junto a él y la última vez que lo vi. Me imaginaba a su familia, a su novia, a sus amigos más cercanos, a sus compañeros de trabajo, pero sobre todo, a la mujer que, inocentemente, le quitó la vida.
Simón era estudiante de Negocios Internacionales. El día 3 de diciembre  del año 2009 salió del trabajo a encontrarse con su mamá para almorzar. Simón amaba las motos y le apasionaba la velocidad, pero ese día al ir tan rápido en la suya, una Yamaha R1 motor 1000, la muerte lo alcanzó: una mujer en su carro se lo llevó, ese día murió instantáneamente al desnucarse.   
 Un profundo sentimiento de tristeza me invadió, especialmente, porque sabía que había miles de simones en el mundo, miles de familias que pierden a sus seres queridos y miles de personas que se llevan otras vidas injustamente. Y la muerte nos alcanzará a todos, pero una muerte temprana siempre será más dolorosa que una muerte esperada. Porque no hay nada más triste que ver partir a alguien y no hay nada más deseado que haber sido uno quien murió, porque nadie quiere estar ahí para contar la muerte de un amigo. Porque es mejor llorar las personas en la vida que en la muerte, porque sólo en la ausencia recordamos que la vida es absolutamente frágil y porque sólo en el dolor recordamos que eso que nos hace tan tristes fue porque algún día nos llenó de alegría.
Siempre pensé que llorar no servía de nada, hasta ese día. Porque lloré por Simón, y eso, de alguna manera, me ayudó a sanar un poco el dolor, a aceptar su muerte, a entender que otro día será alguien más quien se vaya y que algún día seré yo.
Estuve con él en su entierro. Y, ésa, fue realmente la última vez que lo vi. En una cajita estaban sus cenizas, su cuerpo ya no estaba. No pudo ver al Poderoso campeón ese año, no pudo graduarse de la universidad, no pudo irse para Italia, sueño que iba a hacer realidad al año siguiente con dos amigos. Simón nos dejó a todos en la espera. Fue un gran amigo, un gran hombre, fue feliz, y saber eso me ayuda cuando en los días me invade su recuerdo y me apodera la tristeza, porque me digo a mí misma que,  al menos, compartí con él la vida.

Los Guardianes

Medellín es una ciudad colombiana ubicada en el noroccidente del país. Es una ciudad de contrastes: ha estado en el primer lugar de violencia en el mundo y  es una de las grandes urbes de Colombia en cuanto a industria, finanzas y producción. En Medellín y sus municipios cercanos viven alrededor de tres millones trescientas mil personas de las cuales 46,7% son hombres y 53,3% mujeres. Está ubicada en el departamento de Antioquia y es la capital de éste desde 1826. 
Medellín es la segunda ciudad del mundo (después de Ciudad de México) con más grupos de mariachis. El alumbrado navideño que se celebra cada año es considerado por la National Geographic como uno de los más hermosos del planeta.
Es la cuna de grandes y variados personajes de la historia colombiana como René Higuita, Juanes, Fausto,  Álvaro Uribe, Andrés Escobar,  Martín Emilio “Cochise” Rodríguez,  entre otros deportistas, artistas y políticos. Así como es también la tierra madre del criminal más macabro y principal capo del cartel de la mafia de todos los tiempos: Pablo Escobar.
En Antioquia hay 125 municipios los cuales se encuentran distribuidos en nueve regiones que dividen al departamento.  La mayoría de la riqueza de éste se debe gracias a la agricultura, la minería y la ganadería.  En Antioquia habitan seis millones de personas de las cuales más de la mitad viven en el área metropolitana de Medellín.
A pesar de que el departamento es bastante grande y amplio, el trabajo, la industria, el empleo y la producción se concentraron en este sector al que llaman Valle de Aburrá, una pequeña llanura rodeada de norte a sur y de oriente a occidente por montañas. Además el desplazamiento forzado por  la violencia de los paramilitares y las guerrillas han traído a la ciudad millones de personas convirtiéndola, también, en una ciudad bastante desigual y con altos índices de pobreza y violencia que se han ido marginando en los excluyentemente llamados barrios populares.
“A mí no me gusta mucho vivir en Medellín, pero aquí está el trabajo. Si uno tuviera la estabilidad que tiene acá, pero en Venecia, viviría allá, y eso es muy difícil”. Leandro Restrepo tiene 25 años, el 7 de marzo cumplirá los 26. Tiene un hijo de 9 años, Brandon. Nació en Venecia, “Italia”, cuenta él entre risas. Mira con nervios la grabadora que está sobre el escritorio de la portería de la unidad horizontal Rincón del Aguacatal, pregunta si sí se puede grabar lo que está por contarme a continuación: “Aquí robaron en diciembre del año antepasado, amarraron a los porteros y a los ronderos y los encerraron aquí”, dice señalando una puerta trasera que hay en la portería. “A mí no me tocó. Pero a otros compañeros sí. Entraron unos manes disfrazados de la SIJÍN y subieron a un apartamento de la torre 3 y se llevaron un poco de cosas”.  Leandro está parado y mientras cuenta otras historias de su vida oprime una y otra vez el botón para abrir la puerta de la unidad residencial. “Uno aquí trata de matar el tiempo leyendo, haciendo crucigramas, oyendo radio y así logra no quedarse dormido, sobre todo en el turno de la noche que es tan duro. A mí me gusta más el del día porque así uno logra recuperar el sueño perdido”. Vive con su mujer en el barrio Andalucía cerca a la estación Acevedo del Metro de Medellín. Viaja cada mes  a Venecia, el pueblo del suroeste antioqueño en el que nació, a visitar a sus papás y a su hijo, Brandon, que vive con ellos. Leandro se ve impaciente y ansioso al responder, nunca le han hecho una entrevista. Recuerda mucho a su abuelo, Bernardo Bolívar, quien murió en noviembre pasado, ya de viejo. Es el momento más doloroso de su vida y, quién pudiera creerlo, fue hace tan poco. La vertiginosidad de la vida, el trajín del día a día y las ganas de vivir preceden a los actos más trágicos que le suceden alguien.  A pesar de que a Leandro se le murió su segundo padre hace tan sólo tres meses, sabe que tiene dos personas por quién luchar: su hijo y su mujer; y sobre todo la ilusión de algún día poder estudiar Ingeniería Mecánica o algo así, porque no sabe mucho de carreras.
Son las 11 y 30 de la mañana de un lunes cualquiera en la unidad residencial, ubicada entre la loma de Los González y la loma Los Balsos, Rincón Del Aguacatal. Aurelio Antonio hace un llamado por el walkie talkie a su compañero Leandro: “Dígale a Amalia que nos encontremos en el aguacate, que ahí podemos conversar”. Vea ese palo que está allá le decimos el aguacate porque no sabemos qué es, explica Leandro.
Aurelio, efectivamente, corre hacia el gran árbol que se encuentra en un extremo izquierdo de la unidad. Sonríe y dice que  no concede entrevistas, que sólo por ser a mí, y en una divertida imitación del programa La Luciérnaga, que no se pierde por nada del mundo, dice: ¡Pregunteee señor periodista!
Aurelio Antonio Valencia Areiza tiene 28 años. Nació en Caucasia, un pueblo ganadero en la región Bajo Cauca de Antioquia.  Específicamente es de Caserí, un corregimiento de ese municipio. “Allá se crece con muchas limitaciones económicas, pero mi infancia no la cambio por nada”. Pero limitaciones económicas, como todo en el lenguaje, es un término muy ambiguo, ¿qué son, Aurelio, cómo así que limitaciones? En su humildad y sencillez Aurelio sabe muy bien de lo que habla: no tenía los medios ni el entretenimiento que tienen los niños de esta unidad, allá para ver televisión había que sentarse con toda la gente del corregimiento frente a un mismo aparato, no había tanto para hacer,  ni se veían las cosas tecnológicas que se ven acá. ¿Aguantaste hambre? “Noooo, nunca. Allá se vive muy bien, ¿pero, sí me entiende? No hay nada de lo que hay aquí.  Es un pueblo pequeño, lleno de fincas, con mucho paramilitarismo, en cierta parte no había violencia porque ellos controlaban todo, la cosa se puso dura fue cuando Álvaro Uribe entro a darles duro allá, porque ahí sí se armó la guerra entre todos los grupos que querían el poder, y tienen ese pueblo vuelto nada”. Aurelio habla con propiedad, vino a Medellín, como Leandro, a buscar estabilidad económica y laboral. Tiene una hija de 5 años, Ana María, y vive con su mujer, quien fue su mejor amiga durante toda la adolescencia, aunque ella no es la mamá de Ana María. Estudió sistemas en una institución de Caucasia y en el ITM, Tecnología en Telecomunicaciones. Trabajó durante varios años en Cableunión hasta que la empresa fue absorbida por Telmex y Une. Aurelio se quedó sin trabajo de técnico y, aunque lo llamaron de Directv, prefirió entrar a Coopevián, la empresa encarga de la seguridad de diferentes copropiedades, porque le pagaban mejor.
Aurelio sabe tanto de fútbol que podría dejar callado a cualquier periodista. Es hincha de dos equipos: el glorioso Junior y de cualquier otro que juegue contra el Nacional, al que no puede ver, por culpa de los hinchas, dice. Recuerda que al primer equipo que vio jugando en vivo fue al Deportivo Independiente Medellín porque, por alguna razón, fue a jugar a Caucasia en 1992. Al año siguiente, vería quedar campeón al equipo al que él llama el Glorioso, y se ríe porque, años después, se enteraría de que en esa fecha el Medellín estaba dando la vuelta olímpica en el Atanasio Girardot frente a su eterno rival, el Nacional, con un marcador de 1 – 0; sin embargo, el partido en Barranquilla no se había acabado y aún quedaban 11 minutos en los cuales en el último, el Junior anotó un gol, le ganó 3-2 al América de Cali y le robó la tercera a estrella al Poderoso, que llevaba esperando por 36 años y la cual le tocó esperar por 9 años más.  
“Yo empecé trabajando en Bagre, Antioquia. En un trabajo con el que mi familia no estaba de acuerdo, pero que yo hacía como por ganarme algo”. Aurelio después de salir del colegio en el año 2004 trabajó como “raspachín” en un laboratorio de procesamiento de mata de coca. El raspachín es el que pela las hojas de la coca, lo mismo que se hace con el café y el cacao. Se hace para sacar la materia prima que, posteriormente, se mezcla en un laboratorio con otros ingredientes para producir cocaína. “Trabajé en eso como ocho meses apenas porque yo era muy malo, yo en un día cogía como dos o tres arrobas y cada arroba la pagaban, en esa época, a 4 mil pesos”. Cuenta que la cocaína nunca le llamó la atención y menos porque sabía cómo la hacían. “A eso le echan cemento, amoníaco, gasolina y otros químicos que, al verlos y saber lo que son, a uno ya no le dan ni cinco de ganas de probarlo”.
-Adrián, ¿me copia?-
-Erre, afirmativo-
-Adrián, que si por favor le colabora a la joven, Amalia, que le quiere hacer una entrevista. Que caiga aquí al aguacate-
-Afirmativo, ya voy-
Adrián tiene brackets, se los pusieron hace cuatro años, pero se los quitó durante dos mientras prestaba servicio con la Policía Nacional. Después, hace un año, se los volvió a poner. Se ve nervioso, no tanto como Leandro, pero sí un poco asustado. Adrián tiene 22 años, se tapa la cara cuando le cuento que yo tengo la misma edad que él y se ríe cuando le digo que somos del año 1989, el año de la Libertadores del Nacional y de la caída del Muro de Berlín.
Llegó de Sopetrán, un pueblo del occidente antioqueño, hace cuatro años por la violencia. “Para mí fue desplazamiento porque, a pesar de que a nosotros no nos echaron directamente, igual mi papá decidió que era mejor mandarnos para Medellín porque eso por allá estaba muy caliente y uno o trabaja con las autodefensas o se jode”. Las autodefensas ya se llaman Los Urabeños, se visten de civil, pero se reconocen en el pueblo. Controlan y cobran vacunas y extorsiones para que las personas que tienen fincas puedan estar tranquilas.  “Me tocó bastante violencia, la verdad. Ellos llegan a reclamar lo que es de uno como si fueran los dueños. Yo tenía un pitbull que se llamaba Rocky, pero era muy bravo y mordió a uno de ellos y le arrancó dos dedos, entonces me lo mataron, yo tenía por ahí doce años”.
Nació el 28 de agosto en una finca en Sopetrán en la vereda Santa Rita. A diferencia de Leandro y Aurelio, a Adrián le gustan mucho los animales. A su alrededor pasan varios vecinos paseando a sus perros y él se sabe sus nombres y los acaricia mientras recuerda a Rocky de nuevo, “Yo amaba  a ese perro”.  Eleva la cabeza hacia el balcón del primer piso de la torre 2 y ve a una pequeña gatita llamada Lupita y le silba, después recuerda que a su madre le encantan los gatos.
Adrián no toma alcohol, su mirada se pierde por un momento y duda al hablar. Su padre es alcohólico y recuerda con pena el mal trato que veía de parte de él a su madre y a sus tíos. Luego su voz se hace más fuerte y afirma con certeza que, a pesar de eso, no le guarda rabia ni rencor porque fue él quien lo trajo al mundo y porque le enseñó muchas cosas. Miguel Espinosa, el papá de Adrián, es un agricultor de 58 años oriundo de Sopetrán. Toda su vida la ha dedicado al trabajo en el campo.
Cuando tenía 20 años, Adrián decidió irse por voluntad propia a prestar servicio en la Policía y lo llevaron a una sección en el Chocó. “Es una región completamente olvidada por el gobierno y por el país, allá la ley es la que imponga la guerrilla, que también es la que escoge a los políticos”.  Allá se enfrentó a varias situaciones de peligro y de necesidades. Un día estaba patrullando por un sendero a las 2 de la mañana y su compañero no tomó la distancia necesaria, que son cinco metros, y Adrián se perdió y se cayó por un barranco. Se quebró la clavícula y tuvo que permanecer quieto y en silencio durante cuatro horas, hasta que amaneciera, para que pudieran rescatarlo. Pero no le fue tan mal porque era época de Navidad y como lo tuvieron que llevar a Medellín a que lo atendieran, le dieron incapacidad y pudo pasar 24 y 31 con su familia, Adrián esboza una gran sonrisa al recordarlo.
En el Chocó le tocó hacer grandes recorridos: en silencio, muy despacio, con poca comida y con la guerrilla encima. Sabía que podía haber minas y que en cualquier momento podía estallar un combate entre el Ejército y la guerrilla. Dice que no sintió miedo, que sólo un par de veces pensó en la muerte, pero que el pensamiento se le esfumó rápidamente. Yo me quedo boquiabierta y le digo que yo pienso diariamente en la muerte, que incluso me desvela pensar que dentro de cien años todas las personas que conozco ya estarán muertas. Él, extrañado y también boquiabierto, me dice ¿Por qué usted tan llena de vida y tan joven piensa en eso? Yo le respondo que no sé y me rió. Luego me dice una frase que me deja pensando: “De pronto como tenés tanto a qué aferrarte aquí en la vida, es por lo que no te querés morir”.
En la urbanización Rincón del Aguacatal hay cuatro torres que suman 98 apartamentos. De sur a norte están la 4 y la 3 que son las más antiguas, construidas en febrero de 1995; y la 2 y la 1, en el año 1998. Esta última con 17 pisos y sólo un apartamento por piso. Las tres anteriores cuentan con dos apartamentos por. El conjunto horizontal está ubicado en el barrio El Poblado, a pesar de que muchos alegan que no es un barrio sino una comuna, las personas que lo habitan lo consideran así. Es un sector de estrato 6 en el que confluyen diariamente empleadas domésticas, mensajeros, domiciliarios de farmacias y restaurantes, trabajadores de empresas prestadoras de servicios y mantenimiento y, obviamente, los encargados de la seguridad y del aseo. En total hay 7 porteros que se turnan entre la portería y la ronda, y hay cuatro personas encargadas del aseo de las torres que también rotan.
Las empleadas domésticas entran y salen diariamente y algunas se hacen amigas porque toman el mismo bus o son del mismo barrio, o simplemente porque de verse todos los días ya se conocen. Cada urbanización es un pequeño mundo, una pequeña isla en la que se viven miles de historias contadas por personajes sencillos y comunes quienes hacen que la rutina diaria del trabajo sea un poco menos monótona.
Paola Herrera es la empleada doméstica del apartamento 203 de la torre 2. Lleva trabajando para esa familia 6 años. Es de Ciénaga de Oro, un municipio del departamento de Córdoba, tiene 23 años y llegó a Medellín cuando tenía 16. Tuvo su primer hijo a los 17, pero lo mandó a vivir con sus papás en Ciénaga porque ella tenía que trabajar. En agosto del año pasado tuvo su segunda hija. El primero es un hombre y se llama Luis Daniel; y la niña, Mariana. Ambos de padres diferentes. A Paola le gusta su trabajo, sus patrones la tratan muy bien y no le gusta sacar vacaciones porque en la casa no tiene nada qué hacer. A Mariana se la cuida su suegra, entonces por ese lado se puede quedar tranquila. “No soy amiga de ninguno de los porteros, todos me saludan y me preguntan por la bebé. Han sido tiernos con ella las veces que la he traído, pero de ahí no pasa. Además hace como dos años, antes de estar embarazada, un costeño que trabajaba aquí se inventó que se había acostado conmigo y que la mujer de él me había pegado. Yo ni lo conocía, no sé por qué se habrá inventado eso”. Ella se enteró de esto por otra empleada amiga de ella con la que coge el bus todos los días para devolverse al barrio en el que viven, el Popular 1.
Paola trabaja de lunes a viernes, llega al apartamento a las 8 de la mañana y se va a las 4 de la tarde. Ella es una de las muchas empleadas domésticas que se ganan la vida lavando la ropa y cocinándoles a los demás, mientras dejan sus hijos a cargo de otras personas, irónicamente para cuidar a los hijos de otros.
“‘Ojos verdes llega mañana. Está de descanso”, así le dice Leandro a Juan Gabriel Taborda, su compañero de trabajo. Los turnos de los porteros son de trece días y dos de descanso, se alternan entre el turno del día y de la noche cada que  llegan de descansar. Juan Gabriel toca la puerta, lo había mandado a llamar con Albeiro, otro portero que está de turno. No sabe muy bien para qué necesito hablar con él y al principio parece un poco reacio y confuso. Después de pedirle que me cuente algo de su vida que lo haya marcado fuertemente empieza a hablar. Juan nació en Ciudad Bolívar, un municipio del suroeste de Antioquia.  Tiene 23 años, pero parece un poco mayor. Tiene una gran sonrisa y sus ojos verdes le quedan perfectos para el apodo que le tienen sus compañeros. Juan, como Aurelio, Leandro y Adrián, llegó a Medellín en busca de estabilidad laboral y un mejor futuro económico. El problema de que las ciudades grandes sean a su vez las capitales es que la riqueza y la oferta de trabajo se concentran mayormente en un mismo punto, lo que hace que las personas del campo vengan en busca de otro porvenir. “El campo es muy duro, las jornadas son largas. Presté servicio militar durante 22 meses en el Batallón Cacique Nutibara, básicamente porque quería experimentar”. Juan, a los 19 años, fue enviado a una región del Chocó en la cual estuvo la mayoría del servicio acampando en el monte, aguantando frío a causa de la cantidad de lluvia que cae en ese departamento diariamente. En una de esas caminatas por la selva se hizo un esguince en un pie, pero aunque fue muy doloroso, nada de lo que vivió allá es comparable con el suceso que le cambió la vida hace dos meses. El 4 de diciembre pasado Juan estaba realizando su labor en el edificio Rincón del Aguacatal cuando lo llamó un familiar a decirle que la casa de su tío, ubicada en el barrio París del municipio de Bello, se había incendiado. Juan arrancó en su moto para la casa de su familiar sólo para encontrarse con la trágica noticia de que su tío y su prima habían muerto y su hermana de 20 años, Yessica, estaba gravemente herida con quemaduras de tercer grado. “A mi hermanita la llevaron al San Vicente de Paúl y allá ha estado durante todo este tiempo y rato es lo que le falta. Ella era muy bonita: troza, piernona, hasta parecida a mí”. Ojos verdes habla de ella en pasado porque sabe que su hermana no volverá a ser igual. El mayor miedo de toda la familia es que el marido la deje. Los médicos le han dicho que eso podría ser fatal para su estabilidad emocional y psicológica. Con los ojos encharcados continúa contando detalles del día de ese funesto accidente que le quitó la vida a su tío, a su prima y casi alcanza a su hermana. A Yessica la visita su suegra todos los días, se mantiene muy sedada, pues el dolor es bastante intenso, a veces no se le entiende bien lo que dice y tampoco entiende lo que le dicen. “El día del incendio la vi por la noche cuando estaba en cuidados intensivos, me golpeó mucho verla toda llena de vendas, con los ojos perdidos y con un respirador en la tráquea”. El silencio se apodera del hall del primer piso de la torre 2. No es un silencio incómodo, pero sí uno de esos que uno quisiera romper de alguna manera, pero no hay palabras suficientes o apropiadas para hablar. Juan se ve triste, pero no derrotado. Llega todos los días en su moto a realizar esa dura jornada y a cuidar a otros, mientras, en una habitación del Hospital San Vicente de Paúl, está su hermana en una cama, rodeada de miles de aparatos y esperando a que sean las 2 de la tarde, que es la hora de las visitas, a que alguien llegue a acompañarla.
Juan se despide con una gran sonrisa, le entrego dos chocolatinas: una para él y le digo que le lleve otra a Adrián porque se la debía. Yo entro a mi hogar, miro todo con detenimiento, mi familia está en la mesa del comedor y les sonrío.  No dejo de pensar en Juan, Leandro, Adrián y Aurelio. Desearía que a Adrián no le hubieran matado a su perro y que Juan no tuviera a su hermana quemada en el hospital.
Son las 6:30 de la mañana, mi día apenas está comenzando y Juan y Adrián ya se están yendo a descansar. Leandro y Aurelio están llegando a relevarlos. Llamo por el citófono y le agradezco a Leandro por haberme concedido una entrevista, se ríe y con esa voz de niño que lo caracteriza me dice: “Amalia, ya sabe que cuando tenga una finca me lleva a trabajar de mayordomo”.