Cumplidos los 70 años de la bomba atómica
que recibieron las ciudades japonesas Hiroshima y Nagasaki de parte de los
estadounidenses en el marco de la II Guerra Mundial, se me ocurrió la idea de que este es, tal vez, el acto más terrible que ha
cometido el ser humano.
Más allá de las miles de personas que
murieron al instante cuando la potentísima bomba de hidrógeno estalló a 550
metros de altura de la ciudad de Hiroshima, y las generaciones siguientes que
sufrieron o murieron a causa de las enfermedades radiactivas que dejó este
Little Boy, como fue llamado el experimento de los gringos, las pérdidas en
infraestructura para las ciudades en desarrollo que eran Hiroshima y Nagasaki y
el golpe moral tan devastador para los japoneses, que significó su rendición en
la II Guerra Mundial, este mensaje bélico que enviaron los norteamericanos no
fue únicamente para el país nipón sino para el mundo: “Tenemos el poder de
acabar con quien sea y con lo que sea”. Agobiante y aterrador por donde se le
mire.
Estados Unidos le dio un knockout a sus
contrincantes y dejó en firme su posición como potencia mundial, no únicamente
económica, sino armamentista, y se convirtió gracias al terror disfrazado de
patriotismo y heroísmo, en el símbolo de la capacidad de destrucción que tiene
el hombre. Disfrazado, porque posterior a esto, a los mal llamados americanos
se les agradeció su intervención en el conflicto bélico pues le pusieron fin,
sin pensar que el fin verdadero fue la pérdida de millones de vidas, la destrucción y desaparición de familias, y
la tristeza y el dolor que desolaron a más de un continente del globo. Hiroshima y Nagasaki son, además, uno de los
peores desastres ambientales en la historia pues todo, absolutamente todo,
quedó contaminado, desolado y árido; los habitantes de estas ciudades vivieron
por años en un limbo económico del que resultaba casi imposible salir, por las
condiciones en que estaba todo lo que conocían y también porque quienes
corrieron con la suerte de sobrevivir al ataque, quedaron en un estado de
trance mental en el que durante muchos años no supieron si estaban realmente
vivos o medio muertos. A pesar de las precarias condiciones en las que quedó
sumida la ciudad japonesa, algunos habitantes sentían vergüenza por
considerarse sobrevivientes, pues creían que esto era una ofensa para sus seres
fallecidos.
Ante la posibilidad de enfrentar una
guerra nuclear, las heridas del 6 y 9 de agosto de 1945 hacen parte de una hoja
del libro histórico de la humanidad que se escribió más como una advertencia
que como una sentencia, pues muchas personas hoy, 70 años después de lanzada la
primera y única bomba de hidrógeno, nos preguntamos ¿Si esa tecnología existía
en 1945, cómo será la que existe ahora?