Esta iniciativa ha generado
cientos de críticas y ofensivas hacia el Presidente, pues en sus dos años de
gobierno no ha sido contundente con las políticas que lo llevaron a ser
elegido. Tildado de traidor y de payaso, Juan Manuel Santos le ha dado un giro a
la llamada seguridad democrática que instauró el ex presidente Álvaro Uribe
Vélez quien, además, fue su defensor número uno por la credibilidad y la
confianza que Santos ganó como Ministro de Defensa y mano derecha de Uribe.
Las razones con las cuales Santos
justifica esta propuesta suenan flojas, románticas y utópicas:
1. Aprender de los errores del
pasado.
2. Cualquier proceso debe llevar al fin del conflicto.
3. Se mantendrán las operaciones militares en todo el país.
2. Cualquier proceso debe llevar al fin del conflicto.
3. Se mantendrán las operaciones militares en todo el país.
La primera no es clara. Los
errores ya se han visto en los diferentes, pero igualmente fallidos, procesos
de paz que llevaron a cabo los presidentes Belisario Betancur, Andrés Pastrana
y César Gaviria. Si Santos busca un aprendizaje, creo que está perdiendo el
tiempo, pues la historia política y social de este país ya nos ha demostrado no
sólo una sino tres veces que dialogar con la guerrilla no ha servido de nada;
excepto para incrementar su legitimidad y su poder, aunque estén fuertemente
debilitadas.
En cuanto a la segunda razón,
pienso que hay un sentido maquiavélico y deshonesto por parte del Gobierno
hacia los colombianos y aún más hacia las víctimas. Cualquier proceso debe
llevar al fin del conflicto hace referencia a el fin justifica los medios. Si
las FARC tienen intención de negociar no es precisamente por buscar la paz, sino
un indulto para sus crímenes y unas garantías iguales o más generosas que las
que se les dieron a los jefes de las AUC con la Ley de Justicia y Paz que,
también ya se demostró que no sólo es inviable sino obsoleta.
Y la tercera es contradictoria a
los diálogos de paz. Si se mantienen las operaciones militares significa que,
igualmente, la guerrilla deberá estar alerta, pues no van a bajar la guardia
mientras el Ejército sigue operando. Y eso significa que, mientras los
delegados del Gobierno y de las FARC están sentados en algún lugar paradisiaco
de Noruega y de Cuba, como si el terrorismo se negociara como un TLC, aquí en
las selvas y en los pueblos la violencia y la guerra van a seguir en rigor,
mientras allá, lejos de nuestra realidad, se discuten los derechos humanos, la
reinserción y el desarrollo rural como si la guerra fuera una plaza de mercado.
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