Desde hace más de 500 años, nuestros ancestros han sido
violentados una y otra vez en su idioma, religión y costumbres. Ellos, quienes
algún día habitaron esta tierra en la libertad de sus taparrabos y en su
adoración a la naturaleza son hoy los que más sufren el conflicto armado
colombiano que, nuevamente, los desangra.
Claramente todos los que habitamos esta tierra hemos vivido
y sufrido la horrible guerra que pareciera que nunca va a acabar, pero la
mayoría de quienes leen este artículo hoy, al igual que yo, hemos visto esos
horrores desde la comodidad de nuestros hogares; hogares en los que nacimos y
que hasta ahora nadie ha venido a arrebatárnoslos.
Los indígenas de Toribío, Cauca no son más que una muestra
de la guerra de este país. Son la ilustración de la falta de Gobierno, de la
poca presencia de Estado y, así mismo, de su ilegitimidad. En su protesta
hablan de La Tierra, porque para ellos, la tierra sí es sagrada y es un tesoro
por el cual han tenido que luchar incansablemente desde la llegada de los
españoles. Ellos son el reflejo de una cultura que intenta no extinguirse en un
mundo que les es ajeno, porque siempre se han declarado imparciales ante tanta
violencia o, tal vez, porque se cansaron de vivirla.
Por su parte los soldados tampoco deben ser vistos como
intocables, pues así como hay quienes con devoción entran a esta institución
para salvar y proteger a la Patria, hay quienes también en nombre de ella han
cometido crímenes horrendos, como en la peor de las Cruzadas, o como lo dijo alguna
vez un importante militar: “En nombre de la democracia”.
Colombia es un estado fallido y absurdamente injusto,
inhumano e inconsecuente. Pero el Estado no es el Gobierno, sino todos los que
hacemos parte de este territorio y nos identificamos con él. El escándalo que han generado los actos de
los indígenas, que no son más que un ejercicio de soberanía, han desatado
críticas y repudio hacia ellos, como si hace rato las personas no miráramos a
los indígenas con miseria, como si alguna vez los hubiéramos respetado.
Creo que un país en el cual el Ejército sea sacado por sus
habitantes no es una muestra de rebeldía, sino una respuesta a los
interrogantes sanguinarios que deja la guerra. Los indígenas de Toribío nos
están dando una lección al resto de sus compatriotas: que esta tierra fue primero de ellos y no van
a dejársela quitar ni violentar nuevamente, que responder a la guerra con más
guerra no va a ser la solución y que su rechazo a las Fuerzas Militares es una
expresión simple y clara de que ellas también cometen crímenes.
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